Corría el año de 2009. Yo era un estudiante imberbe de música, apenas estudiando el 2° año del propedéutico en la Escuela de Música de la Universidad LaSalle.
La directora entonces era la Mtra. Andrea Carr McAllister. Maestra en toda la extensión de la palabra, no solo daba clases, sino que tenía Maestría en Interpretación Musical. Ella ha sido mi profesora favorita de toda la vida: Una canadiense de unos cincuenta y tantos años (aunque jamás he sabido su edad), me daba clase de Solfeo y Entrenamiento Auditivo, y de coro. Puedo decir a ciencia cierta que es una excelente pedagoga.
Bueno, pues en algún ensayo del coro, de aquel año, nos repartió unas hojas con un artículo en inglés titulado We Need Music to Survive de alguien llamado Karl Paulnack. Obviamente en inglés, nos tomamos unos minutos para leerlo e irlo traduciendo en el momento; es un artículo que quince años después lo sigo teniendo presente en mi vida, a continuación les comparto la traducción hecha por la Mtra. Carr:
“Necesitamos la Música para sobrevivir”
De Karl Paulnack
Traducido por Andrea Carr
Boston – Una de las mayores preocupaciones de mis padres, supongo, es que la sociedad no me valore como músico. Recuerdo la reacción de mi madre cuando anuncié mi decisión de estudiar música en lugar de medicina; “¡Estás desperdiciando tus calificaciones de SAT!” (Nota mía: SAT son las siglas de Scholastic Aptitude Test – Examen de aptitudes escolares) Mis padres adoran la música, pero en ese momento no estaban seguros de su valor.
La confusión es comprensible: la música se incluye en la sección de “Arte y Entretenimiento” en el periódico. Pero muchas veces la música tiene poco que ver con entretenimiento. Todo lo contrario.
Los antiguos griegos tenían una forma fascinante de articular cómo funciona la música. En su quadrivium – geometría, aritmética, astronomía, y música – astronomía y música son los dos lados de una misma moneda. Astronomía describe las relaciones entre objetos permanentes, visibles y externos.
La música ilumina las relaciones entre objetos pasajeros, invisibles e internos. Imagino que tenemos planetas internos, constelaciones de pensamientos y sentimientos complejos. La música encuentra las piezas invisibles dentro de nuestras almas y corazones y ayuda a describir la posición de las cosas dentro de nosotros, como un telescopio que mira hacia adentro en vez de hacia afuera.
En Junio de 1940, el compositor francés Olivier Messiaen fue capturado por los alemanes y enviado a un campo de concentración. Allí, terminó su cuarteto para piano, violonchelo, violín y clarinete, y este fue presentado con otros tres músicos prisioneros para los presos y guardias del campamento. Esta obra (“Cuarteto para el Fin del Tiempo”) es indiscutiblemente uno de los más grandes éxitos de la historia de la música.
Dado lo que sabemos ahora sobre la vida bajo la ocupación de los Nazis, ¿por qué habría compuesto música allí? Si solamente estás tratando de sobrevivir, ¿por qué molestarte con la música? A pesar de esto – hasta de los mismos campos de concentración, contamos con evidencia de poesía, música y arte visual – muchas personas crearon arte ahí. ¿Por qué?
El arte debe de ser, de alguna manera, esencial a la vida. El hecho de que el arte sea parte de la supervivencia; el arte forma parte del espíritu humano, una inextinguible expresión de quienes somos; el arte es una de las formas en que comunicamos, “Estoy vivo, y mi vida tiene sentido.”
El 11 de septiembre del 2001, era residente de Manhattan. Más tarde ese mismo día, alcancé una nueva comprensión de mi arte. Ante los eventos del día, parecía absurdo tocar el piano, hasta irrespetuoso y sin sentido. Entre ambulancias, bomberos y aviones militares, escuché una voz interna preguntar: ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué lugar tiene un músico en este momento?
Luego presencié cómo sobrevivimos. La primera actividad grupal de mi vecindad esa noche fue CANTAR. Cantaban. Cantaban alrededor de las estaciones de bomberos; cantaban “We shall Overcome”, “America the Beautiful”, “The Star Spangled Banner”; cantaban canciones de la primaria que algunos no habían entonado desde entonces.
Unos días después, nos reunimos en el Lincoln Center para cantar el Requiem de Brahms. Junto con bomberos y pilotos de las fuerzas aéreas, músicos también fueron los primeros en responder al desastre. Los militares aseguraron nuestro espacio aéreo, pero los músicos encabezaron la recuperación. En la medida en que revivió Nueva York, el regreso de Broadway – otra forma de arte – fue tan significativo como la reapertura de la Bolsa de Valores.
Ahora entiendo que la música no forma parte de “Arte y Entretenimiento”. No es un lujo, algo que financiamos con las sobras de los presupuestos. La música es una necesidad básica de supervivencia. La música es una de las formas en que entendemos las cosas, una forma de expresar nuestros sentimientos cuando no encontramos las palabras, una forma de comprender las cosas con el corazón cuando la mente no alcanza a hacerlo. La música es el lenguaje que elegimos cuando estamos estupefactos.
Imagina una graduación sin música alguna –o una boda, una inauguración presidencial, o una misa para celebrar la vida y muerte de un amigo cercano– imagina estos eventos sin música alguna. Qué falta – ¿entretenimiento? Nada que ver.
Lo que falta es la capacidad de vivir significativamente estos eventos, como si uno comiese excelentes platillos sin saborearlos. La música funciona como el contenedor de la experiencia –aumenta nuestra capacidad de comprender cosas complejas. Sin música, los eventos de nuestras vidas se escapan como agua de las manos. La música aumenta nuestra capacidad de contener las experiencias de la vida, celebrarlas, y superarlas.
La presentación que reconozco como mi concierto más significativo se llevó a cabo en un asilo de la tercera edad en un pueblo del Centro-oeste de EU. Tocaba con un querido amigo violinista. Iniciamos con la “Sonata” de Aaron Copland que compuso durante la Segunda Guerra Mundial y dedicó a un joven piloto que falleció cuando dispararon a su avión durante la guerra.
A la mitad de la obra, un anciano en una silla de ruedas sentado en las primeras filas del salón de conciertos empezó a llorar. Cuando terminamos, comentamos al público que la obra fue dedicada a un piloto fallecido. El anciano se perturbó tanto que tuvo que dejar el salón, pero al término del concierto se apareció atrás del escenario, con todo y lágrimas, para explicar su comportamiento.
Nos contó que, durante la Segunda Guerra Mundial, como piloto, se encontró en una situación de combate aéreo en el cual un avión del equipo fue atacado. Miró a su amigo abandonar el avión y su paracaídas abrió. Pero los aviones japoneses regresaron, disparando con ametralladoras las cuerdas del paracaídas, separando el paracaídas del piloto. Entonces vió a su amigo caer en el océano, perdido. El anciano dijo que no había recordado esto en muchos años, pero que durante la primera obra que tocamos, este recuerdo regresó a su mente, tan real, como si lo estuviera reviviendo.
¿Cómo pudo Copland capturar ese cuadro de planetas internas con semejante claridad?
La gente entra a salones de concierto de la misma manera que entran salas de emergencia; en busca de curación. Pueden llevar un cuerpo roto al hospital, pero frecuentemente llevan a un concierto una mente confundida, un corazón abrumado, el alma cansada. Si logran salir nuevamente renovados depende en parte de que tan bien los músicos hacen su trabajo y oficio.
Un músico es más paramédico que alguien que entretiene o divierte. No me interesa divertirte; me interesa mantenerte vivo. Completamente vivo. Somos como cirujanos cardiacos; tenemos los corazones de la gente en nuestras manos todos los días. Únicamente usamos diferentes instrumentos.
¿Qué esperamos de los jóvenes que elijan un futuro en la música? Francamente, espero que salven el planeta.
Si existe una futura ola de salud, armonía, paz, el fin de guerras, comprensión mutua, igualdad, justicia, no espero que resulte de un gobierno, una fuerza militar, o una corporación.
Si existe un futuro de paz para los seres humanos, si estamos destinados a comprender como estas cosas invisibles e internas encajan, creo que vendrá de los artistas, porque este es nuestro oficio.
Cómo en los campos de concentración nazis o el 11 de septiembre 2001, los artistas son los que quizá podrán ayudarnos con nuestras vidas, invisibles e internas.
Karl Paulnack es pianista y director de la división de Música del Conservatorio de Boston. Este ensayo fue adaptado de una conferencia de bienvenida a alumnos de nuevo ingreso.
Termino contándoles que aunque gradue de LaSalle y posteriormente de la Licenciatura en el CMA, he mantenido el contacto con la Mtra. Andrea. Actualmente formo parte de su coro «Deo Gracias» donde sigo aprendiendo cada ensayo de ella, además de montar música muy bonita y de muy buena calidad artística… hubo un tiempo que extrañaba hacer música y luego entré a ese coro, creo que efectivamente necesitaba algo así para seguir viviendo.
Aquí les dejo un enlace de wix en el que hay una muy escueta, y desactualizada, reseña de la Maestra y de Deo Gracias.
P.d. Hablando de la música muy bonita que ensayamos, este semestre vamos a montar la obra Sunrise Mass, y de hecho será el estreno a nivel nacional de esa obra. Se las recomiendo.
Un comentario
Gracias amor por compartir ese ensayo, sin duda palabras que demuestran la importancia de la música en todos los aspectos dela música. Ojalá más personas leyeran tu blog. Hay que compartir el enlace e redes sociales.